El 3 de abril de 1980, el Zukov, un submarino de clase Alfa que operaba en unas coordenadas clasificadas, envió mensaje urgente a la Comandancia de la Armada. Dicen que el capitán Vladimir Simonov se tomó mucho tiempo antes de atreverse a informar de su descubrimiento, y no es de extrañar.

Rompiendo con la monotonía que arrojaban los sensores a las pantallas de medición, los potentes instrumentos de sondeo cartográfico revelaron unas estructuras increíblemente regulares para ser naturales a ocho kilómetros de profundidad. Formas geométricas de perfiles rectos que componían estructuras poliédricas y otras disposiciones complejas, se solapaban en distintos niveles en la remota oscuridad abisal.

Según las primeras mediciones, las estructuras erigidas por a saber qué mano allí abajo, ocupaban la superficie equivalente a un país pequeño, y todo indicaba que había mucho más allí de lo que revelaban los instrumentos. Nadie era capaz de explicar cómo en un entorno donde la noche era perpetua y la temperatura de las aguas incompatible con toda vida inteligente había podido construirse tamaño portento. ¿Acaso habían descubierto la mítica Atlántida o se trataba de algo mucho más oscuro? Aquello cambió por completo los parámetros de la misión y todos los esfuerzos del programa se centraron en aquel singular punto del océano. Se reasignaron presupuestos, se alteraron prioridades y se destinó todo el personal necesario al imprevisto, y no por ello menor, descubrimiento. Pero lo más importante a ojos de los analistas actuales es que la operación pasó al control directo del Grupo K, una de las divisiones más ultrasecretas de la KGB. Fuera como fuese, aquél sería el secreto mejor guardado de la Unión Soviética durante la siguiente década.

De Pakezanye.

El país imposible

Publicado el

jueves, 7 de noviembre de 2013

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1 Comment
Deka Black dijo...

Vale, esto si que si. Ahora estoy intrigado y todo