Si las bajas de pilotos poco experimentados o novatos ya suponía una cifra abundante en los inicios de la Gran Contienda en los cielos, conforme avanzaban los años de conflicto supuso un drama en toda regla.

Las razones para que esta situación se diera eran y son sabidas por todos, y cabría preguntarse entonces por qué no se atajó el problema a su debido tiempo. Un entrenamiento técnico muy básico, debido a que los aviones de las escuelas poco o nada tenían que ver con los que se implicaban en la defensa de los cielos; pocas horas de vuelo porque la instrucción era muy rudimentaria; insuficiente capacitación para volar bajo el fuego enemigo o para ejercitarse en el disparo real, ya que la munición se consideraba demasiado preciosa; bajo nivel del profesorado porque los buenos pilotos eran requeridos para ejercer en el frente de batalla; etcétera; originaron un escenario abonado a los desastres, en el cual, los novatos necesitaban varias toneladas de suerte para poder contar las hazañas derivadas de sus primeras misiones y aún para sobrevivir a las segundas o terceras.

Como decíamos al comienzo, durante el periodo final de la Primera Guerra Mundial, la necesidad agobiante de nutrir las filas de las fuerzas aéreas no hizo otra cosa que complicar aún más el cuadro. Los modernos aparatos salidos de las mesas de diseño y los talleres estaban destinados a satisfacer las exigencias bélicas, con lo que la brecha «técnica» entre los noveles y los curtidos se acrecentaba más. 


Así mismo, la costosa maquinaria de guerra cada vez era más cicatera con la munición de entrenamiento, y aunque el apartado instructor mejoró gracias a la cantidad de pilotos en activo que habían dejado de serlo por accidente o heridas, que obviamente se incorporaron inmediatamente al cuerpo docente, las enormes exigencias del conflico ahondaron en una velocidad de preparación que a la larga sería bastante contraproducente.
No obstante, la figura del «novato» en Dogfight resulta sumamente interesante, ya que evitados los desastrosos efectos de un combate real, y puesto que en los párrafos anteriores hemos mencionado en un par de ocasiones el factor suerte y en un Juego de Rol, la suerte, precisamente, es un actor principal, el piloto poco experimentado puede permitirse el lujo de jugar sus cartas, nunca mejor dicho, con un arrojo y aspiraciones que pueden poner en más de un aprieto a un rival que se crea superior o incluso a un «As» consolidado.

Evidentemente son cosas de los Juegos de Rol, no vamos a negarlo, pero todo jugador que se precie de ser llamado así, sabe o debería saber que la prioridad en una partida consiste en hacer de su PJ un tipo especial, y si el juego «porque es juego» nos abre un camino que podemos explorar a base de unas agallas que no tendrían cabida en el mundo real, o por asumir en la partida unos retos que «a priori» no parecen ni los más adecuados ni los más seguros para sobrevivir en un conflicto de las características del que se expone en el trasfondo de Dogfight, a pesar de la cara de perplejidad que pueda poner el Árbitro de Juego ante nuestra iniciativa, nadie podrá decir que al menos no lo hemos intentado.

Nos leemos.

Ser novato en Dogfight

Publicado el

viernes, 12 de julio de 2013

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