Al poco de publicar Mundo Eterno, en agosto del año pasado os particiábamos en este mismo blog de las primeras frases de gran relato oral que articula la tradición de los dragones en el juego de Oliver [BarHag-Nâdül].

Han transcurrido unos cuantos meses desde aquello, pero hoy lo traemos a colación de nuevo, aunque esta vez transcrito al completo, porque estamos preparando para el Foreign Office (aún no sabemos si entrará en el número 0 o lo hará definitivamente en el número 1) un episodio apócrifo que fue desterrado de la narración tradicional, que esperamos os ayude a ampliar las expectativas de Mundo Eterno, porque obviamente, el nuevo linaje de dragones que intervienen en este texto al que aludimos como proscrito, dará amparo a un nuevo tipo de Oráculos. 

Pero antes de hablar de ellos, mejor refresquemos un poco la memoria...


—BarHag-Nâdül—
Desde que los cielos se abrieran, los barhag se habían sumido en intensos debates sobre la razón de su retorno. Habiendo consumido su exilio surcando el cosmos, sucedió un tiempo en el que las costas del universo volvieron a ser reconocibles. El hogar que los había desterrado les abría de nuevo sus puertas para llamarles, y por ellas entraron prestos.

Calmadas las furias y silenciados los ecos de las una y mil batallas que sembraron de ruina y de muerte los cuatro puntos cardinales y lo que se contenía en ellos, acordaron que si uno solo obtenía la respuesta, se reunirían. La hora había llegado.

Los jóvenes [Acto I]
Con gran solemnidad, los barhag ocuparon sus posiciones en el círculo. Arriba los más antiguos y poderosos; los jóvenes, abajo. Los señores del universo, duros como los pilares sobre los que levanta sus pies la Tierra, temblaban como recién salidos del huevo ante la posibilidad de iluminar las sombras de su destino. Tras un largo silencio sólo roto por el ruido que producía la brisa al acariciar las escamas de tan colosales criaturas, el Gran Rojo rugió quebrando el cielo, anunciando que quien quisiera hablar, sencillamente podía hacerlo.

Los barhag son seres pacientes, aun así, la espera se hizo espesa y larga como cabellera de rhem. Cuando la luna iluminó con su pálida luz el firmamento, cinco figuras avanzaban hacia el corazón de la asamblea. Fueron recibidas ora con desprecio, ora con sorpresa, ora con chanza; sólo aquellos cuya edad arañaba la raíz de los tiempos mostraron alguna esperanza.

Weyr, Nai, Kryr-ein, Aumhs y Sirdal, miraron altivos a quienes les observaban. El último de ellos fue quien dando un paso al frente pronunció en voz alta: «La misma fuerza que nos condenó nos trajo de vuelta, y tal paradoja nos señala por qué nos hemos vuelto ciegos, temerosos e insensatos...»

El mundo estalló en rugidos, y cuando las gargantas buscaban agua donde calmarse, el barhüg más joven de todos, Aumhs, de la recia estirpe de los Rojos, respondió derramando fuego sobre el suelo; Sirdal, níveo ejemplar de los Blancos, se elevó para ocultar su silueta entre los picos del horizonte; Kryr-ein, el más oscuro de los Negros, se mostró amenazante, como hiciera Weyr, el cerúleo integrante de los Azules; pero Nai, el diminuto Verde, desplegó sus alas y alzó su voz para reclamar respeto y poder así continuar:

«Somos una raza peligrosa, altiva y orgullosa, como acabamos de demostrar. Nuestras diferencias hacen que las montañas se derrumben y los ríos se sequen. No podemos seguir haciéndonos preguntas sin entender que nuestro intelecto no nos pertenece pues lo gobierna la pasión... Escuchad, jamás lograremos descubrir la razón de nuestro exilio y nuestro retorno si no buscamos la respuesta en los ojos de quienes cuidaron del hogar cuando partimos.»

Las llamas que había vertido Aumhs comenzaron a dibujar sombras que dejaron paso a imágenes nítidas de las guerras que sucedieron después de La Caída. Humanos luchando entre ellos o contra las Razas mágicas, en una danza de aniquilación que terminaba con la Tierra misma. El fuego se volvió humo. Kryr-ein y Weyr se apaciguaron. Sirdal se posó junto a sus hermanos, y las palabras de Nai se volvieron losa y pesado silencio.

Los barhag permanecieron callados, quién sabe si recapacitando. Pero un ejemplar viejo, cuyos cuernos medían legua y un palmo, pronunció: «tienen razón», mientras se inclinaba bajando la cabeza en señal de total respeto y aprobación.

Los Ahhrag [Acto II]
El amanecer tallaba en rojo las oscuras lindes del horizonte. Un graznido agudo como quemadura de fuego anunció la inesperada presencia de una centena de akhrag, cuyas siluetas oscurecieron el cielo para depositarse más tarde, uno a uno, en el centro de la asamblea.

Todos eran ancianos y habían asistido en silencio al cónclave y a lo que en él se había dicho. Tenían sus propias soluciones y querían compartirlas, mas ni su edad ni sus intenciones supusieron excusa para atemperar el ánimo de los barhag, quienes creyéndose atacados, montaron en cólera. El Gran Rojo retó al más grande de los intrusos, un akhrüg dorado de cabeza albina y negros ojos. Lucharon hasta más allá del atardecer de aquel día, hasta que sin vencedor ni vencido, exhaustos, cedieron el campo de batalla a las palabras.

Hablaron los akhrag al anochecer de la segunda jornada, para afirmar que el hombre era la ponzoña del mundo, que su soberbia, y no la de las demás criaturas, había sido la causante de todo lo sucedido, antes, durante y después de La Caída. Que la Humanidad entera merecía ser aniquilada...

Muchos barhag tacharon de insensatos aquellos argumentos, pero otros los escucharon, y de muy buena gana. Discutieron sin descanso. Ora se convencían unos, ora otros; ora cambiaban de opinión los primeros, ora los segundos... Así hasta que el segundo amanecer tocó a la puerta avisando del paso del tiempo y advirtiendo de la futilidad del debate.

¡Lucharemos para dirimir nuestra diferencias...! La frase prendió como mecha en ambos bandos, y los cinco jóvenes que creían tener la respuesta, comprendieron entonces que la ceguera estaba a punto de ganar la batalla, como tantas y tantas veces había sucedido. Sin dar nada por perdido, cuando las garras comenzaban a herir las corazas de escamas y las lenguas de fuego a convertir en humo cuanta pluma encontraban a su paso, elaboraron un ritual de una envergadura que jamás se había conocido hasta entonces.

Epílogo
Cuando el polvo y los efectos de la magia se disiparon, las heridas se habían cerrado. Los barhag y los akhrag volvían a ser los mismos de antes, aunque algo había cambiado en la carne trémula del universo. Todos alzaron el vuelo y se dispersaron, retornando a sus territorios, llevándose consigo una porción del secreto.

Más allá del BarHag-Nâdül

Publicado el

jueves, 16 de mayo de 2013

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