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Fecha: jueves, 9 marzo 2006 11:35
Asunto: La vida que valía un dólar

Rebuenas

Otra ronda de Blacksville:

Como te he dicho la idea es que Tony Valone, asesino profesional autónomo que suele trabajar para la mafia (italiana en mayor medida) está siguiendo a alguien (a pie o en coche). Tony es un tipo elegante. No se puede decir que sea atractivo por el físico, sino más bien por el porte (en valor de rol tendría una característica de Carisma bien alta). Viste elegante, pero sin llegar a lo ostentoso. Podría pasar por maestro de universidad de mediana edad, tal vez usa gafas, o no, y tiene un aire que transmite confianza, tranquilidad, paz de espíritu. Pues cuando Tony localiza a su presa, digamos, una mujer de aspecto resuelto (quién sabe, quizá una fiscal rebelde que no gusta a los Calabria o a los Zanebono), la sigue discretamente. Si de algo se jacta Tony es de que mata a sus víctimas en su propio territorio, ya sea su hogar, la oficina o la propia fiscalía del distrito... Y siempre con su Sig Sauer con silenciador (acepta pedidos personalizados: veneno, estrangulamiento con cordel o a mano). 

Digamos que, como profesional que es, logra colarse hasta la cocina. Ella lo ve en un momento dado y puede establecerse un mínimo diálogo a lo largo del cual Valone, con serenidad e incluso paternalismo, le da a entender lo que va a pasar. Pánico. La mujer pierde su aspecto resuelto de fiscal y le ofrece el oro y el moro. Su marido es un empresario del petróleo, curiosamente, y le da garantías de que por dinero no será. Pero Tony Valone es su reputación, no su fortuna. Aquí apostaría por un poco de morbo mafioso. El le da a entender que hay trato y la tranquiliza. Se desliza hacia ella y le ofrece un hombro para secar las lágrimas de miedo. Mientras le acaricia la cabellera y lanza un relajante shhhh al aire, ¡BAM! Por la espalda de la mujer sale una bala, luego otra. 

Su Sig Sauer ha hablado. Ella lo mira desconcertada. Parece que le acabaran de dar una mala noticia en vez de recibir dos balazos. Tony la puede ayudar a sentarse en el sillón de su despacho (o cualquier otro lugar de su casa), que da a  un ventanal desde el que se ve la ciudad. Es delicado, cordial, amable. Cuando está sentada, pálida, cree que no sería caballeresco dejar que se desangre. Un tiro de gracia en la cabeza y un beso paternal de despedida en la frente. A la salida de la fiscalía (o de donde quiera que se la ha cepillado), Tony se saca un dólar del bolsillo. Lo sopesa. Sólo él sabe por qué ha aceptado un trabajo así por un dólar. Un solitario dólar con su cara y su cruz.

Cuando tenga claras un par de ideas más te las mando.

Saludos.

La vida que valía un dólar

Publicado el

lunes, 2 de enero de 2012

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