diciembre 2011


Lamentablemente, el año próximo viene retractilado, lo que no no tiene por qué significar que pueda estar lleno de erratas, mal editado o con un lomo que se despegue. Al contrario, puede sorprendernos con una impecable factura y un aroma a recién impreso que nos permita ponerlo en el lugar más destacado de nuestra ludoteca.

En Ludotecnia apostamos porque así sea, y todo el equipo quiere desearos desde estas líneas una feliz salida de año y una entrada en 2012 aún más bienaventurada.

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¡Feliz 2012!

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sábado, 31 de diciembre de 2011


Hace un frío insoportable esta noche. El invierno azota con látigo de nieve a una sombra oscura que se agazapa entre las montañas donde va a morir el Old Town y la desembocadura del Hoolson. Como si de una corriente sanguínea ralentizada se tratara, serpientes de luces blancas y rojas parecen avanzar y retroceder por avenidas y calles, alimentando el pálpito de una bestia en engañosa hibernación. El río caudaloso apenas se deja erizar por los vientos, ya que gran parte de su discurrir está congelado. De vez en cuando se oye el sordo aullido de un carguero que se abre paso a través de la ventisca para llegar a la seguridad de los muelles, y es que siempre está pasando algo en la ciudad del hollín, como la llamaban sus habitantes en los días de los hermanos McNatt. La gente de bien se refugia en sus cálidos hogares, pero si has decidido venir a Blacksville es que sabes que la gente de bien está al borde de convertirse en un tópico ciertamente irónico. ¿Qué buscas en la ciudad? Si eres lo suficientemente osado como para responderte quizá sí que estés hecho de la pasta que se requiere para sobrevivir aquí, porque, créeme, el frío es lo último que puede matarte.

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... algo tiene en la garganta. Son las 20:22 cuando me pongo a escribir esta entrada, haciendo escrupuloso caso de las órdenes dadas por los jefes de la cosa para momentos como éste en los que al parecer no hay qué comentar, nada reseñable que poneros en la boca, o sencillamente nada de nada sobre lo que hablar.

El archivo lo dice bien claro: «Instrucciones para cuando no hay esfuerzos ni sudores que vender», y a él me he remitido superadas las 20:00 horas de hoy viernes, franja horaria que nos fijamos como frontera insuperable en el último briefing que tuvimos ni recuerdo cuándo, para descubrir en un pis-pás que estaba absolutamente vacío.

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Gallo que no canta...

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viernes, 30 de diciembre de 2011

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La mañana del segundo día amanece fría y cubierta de nieve. Son las 6 de la mañana y los PJ deberán estar despiertos, allá donde estén. Todavía es de noche, pero la claridad que emerge de la parte trasera del Forbes, pronto lo inundará todo, aunque lo hará lentamente.

Si se alojan en casa de Daisy, desayunarán copiosamente a base de huevos con bacón, y la anfitriona les proporcionará abundante comida para el viaje. Si lo hacen en el barracón de la Compañía, Mathius les tratará con bastante compasión, aunque los huevos y el bacón abundarán de un delicado sabor a manteca demasiado utilizada (no te preocupes, no se morirán por ello). Y si no han tenido la suerte de disponer de tan maravillosos cocineros, deberán apañárselas como buenamente puedan.

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Nota del diseñador

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jueves, 29 de diciembre de 2011

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No estaba previsto en el guión, pero nos vemos en la obligación de salir por segunda vez a la palestra en el mismo día para comentar que hemos sido nosotros las víctimas de una inocentada surgida al rebufo de la entrada publicada esta mañana.

Puestos a gastaros nosotros una, como se ha entendido, podríamos haber insinuado que Roma y Mininos en la Sombra se pondrán a la venta durante la tercera semana de enero próximo, o que Mundo Eterno y Era de Acuario lo harán a primeros de febrero... También podríamos haber sacado algunos dibujos de la carpeta de proyectos en curso, o haber publicado alguna portada para que babeáran los que entienden que una gorrilla de la Caja Rural supone un simple guiño al respetable y no una ofensa.

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La inocentada

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miércoles, 28 de diciembre de 2011

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No ha sido duro, ha sido megaduro, pero aunque nos ha costado lo indecible, por fin hemos tomado una decisión que llevábamos tiempo valorando como necesaria y que a la postre esperamos que nos resulte beneficiosa tanto a nosotros como a vosotros, pues como es de sobra conocido, la producción propia grangea demasiados sinsabores, y lo peor de todo: abundantes e insostenibles retrasos.

Disponer del tirón de un juego más o menos conocido y asentado en el mercado, nos va a permitir aprovechar un caudal inagotable de textos, referencias e imágenes con las que salvar el lugar que da término a la espalda ante todo tipo de coyuntura o condición en aras de mantener el hype editorial adecuado. La traducción ha sido una bicoca que han disfrutado muchas editoriales de nuestro entorno, y que hemos rechazado de plano y como perfectos palurdos durante 20 años, pero como hay que adecuarse a los nuevos tiempos y seguir liderando el mercado, aunque sea por su zona baja, estamos en disposición de anunciar que desde el pasado octubre se ha avanzado un largo y proceloso trecho con la intención de que durante 2012 Ludotecnia alumbre su primera licencia como traductora.

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De:                                                    
Para:                                                               
Fecha: jueves, 9 marzo 2006 23:18
Asunto: La mara no olvida

Rebuenas, y noches

Para que no te sientas solo por la mañana, te mando una dosis más de argumento.

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La mara no olvida

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martes, 27 de diciembre de 2011

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Hace unos días que Ludotecnia había sido entrevistada a quemarropa por AOH/Rasczak para Impactos Críticos, aunque ha sido esta mañana cuando por fin se nos ha permitido disfrutar del sabroso rifirrafe mantenido entre el entrevistador y el coordinador de la línea Cliffhanger, Omar El-Kashef.

Agradeciendo la oportunidad que se nos ha brindado, no podíamos dejar de hacernos eco de tan agradable noticia, recomendando que os paséis por allí sin más dilación.

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lunes, 26 de diciembre de 2011

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El lápiz mata la posibilidad de encontrarla, la propia esencia de la técnica impide el resultado, hacía falta la pluma, el bolígrafo, el rotring o el rotulador, tratamientos de terminado; y la pluma, entre todas, era la que mayores garantías ofrecía, por eso la elegí. Tardé casi tres meses en lograrlo. Acaricio la rugosidad de la superficie del papel con los ojos cerrados hasta que noto un cosquilleo en las yemas y comienzo a ver algo en mi cerebro. Rapto la primera idea, la atrapo con un movimiento rápido y me dejo llevar a ver lo que encuentro. A veces nada. Pero otras veces dejo de ver y empiezo a observar, como si mi mano perteneciese a otro y yo estuviera ahí, ausente pero atento; es entonces cuando consigo los mejores resultados. Hubo una época en que cambiaba a la vieja los dibujos por libros o tabaco, pero empecé a entrever que podía haber riesgo. No sabía qué hacía con ellos así que los destruía en cuanto los había escaneado. Los rompía en mil pedazos y luego los quemaba en una orgía de fuego, y hacía otros en los que me implicaba menos para justificar mi necesidad de tinta o de punteros. Fue una estupidez, viéndolos en la pantalla no resultan lo mismo.

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¿Recuerdas?

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domingo, 25 de diciembre de 2011

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Sin exteriorizaciones de dolor, sin enfatización de esfuerzos entre onomatopeyas y fuegos artificiales, el equipo de Ludotecnia al completo os quiere desear desde lo profundo de sus corazones, que la más hermosa bacanal de alegría inunde los vuestros esta noche, que los vientos os sean propicios, que todos vuestros deseos se vean cumplidos y que encontréis entre esos seres queridos irrepetibles, aunque no sean de la familia, instantes para cristalizar en el tiempo que compartir.

Huid de los cuñados pesados, de las suegras insoportables, de los ogros y las brujas. Cuidaros las espaldas, que ahí fuera hace frío y hay quien os está vigilando. Esquivad a golpe de dado los sortilegios que os lancen vuestras cuñadas, las miradas insidiosas de los compañeros de mesa que saben beber pero no orinar como los bien paridos.

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Feliz Navidad!!

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sábado, 24 de diciembre de 2011


[...] Aquella noche nadie habló. Cenamos pronto y nos miramos mucho, como si un presentimiento recorriese el campamento de lado a lado. El viejo y los otros dos porteadores se encontraban cerca de las mulas y los carros, taciturnos, con un miedo que resultaba palpable a través de sus miradas. Las advertencias de la noche pasada habían sido tomadas en serio por el resto de los porteadores, y en verdad, Ignati, que no era para menos, yo también sentí aquel extraño desasosiego, y también el oficial Sliunkov, y el propio capitán.

Nos retiramos a nuestras tiendas cabizbajos, dejando de guardia a dos hombres como había ordenado Fedoséiev. Por primera vez en tanto tiempo como habíamos pasado en los parajes desérticos y vírgenes de nuestra amada patria, el capitán había mandado hacer la guardia a dos hombres, y nunca unos guardias aferraron con tanta fuerza sus rifles.

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Aquella noche

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viernes, 23 de diciembre de 2011

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La conciencia de la bestia siempre se despierta de noche para urdir los planes que dan forma a la realidad diurna. Aquella noche, la bestia respiraba en los desguaces Madlam, al pie de uno de los pilares del Grimshore. El viento era gélido y presagiaba nieve. Hacía mecerse las lámparas oxidadas que colgaban fuera de la caseta del gerente, provocando un pertinaz siseo metálico que aún nadie de los que estaban dentro se atrevía a romper. 

Mike Calabria tamborileaba sobre la mesa desgastada y una media sonrisa esculpida en la cara redonda le confería una confianza que sólo él sabía si sentía realmente. El cuarto del gerente era pequeño, ideal si la intención era disuadir la esgrima de armas largas. No, nada de kalashnikovs, a las que los rusos eran tan aficionados. Nada de armas, ese era el trato. Incluso había prescindido para la ocasión de la luppara que su abuelo le había regalado al cumplir los dieciocho. De todas formas tampoco habría marcado mucha diferencia. Para el oficio siempre llevaba una Beretta, como Dios y Mel Gibson mandan. La recortada de dos cañones del abuelo la utilizaba por razones de imagen, y si hacía falta más artillería una buena recortada de pistón de ocho cartuchos sería más efectiva que la reliquia.

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Omertà

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jueves, 22 de diciembre de 2011


Faltaba muy poco para el amanecer, el capitán Landström debía encontrar a su hombre, pues la vida le iba en ello. Atravesó las puertas de la taberna y sin mediar palabra, ni reparar en las miradas dirigidas a él, se dirigió veloz al mostrador, apartando de un empellón a uno de los muchos borrachos que frecuentaban el lugar. Llamó de un grito al tabernero y giró sobre sí mismo para observar mejor a la gente que se hacinaba en las mesas. La mayoría de ellos, filibusteros, prostitutas y alternes, retornaban ya su atención a sus quehaceres.

—¿Qué hay capitán? —le preguntó el tabernero—. ¿A qué se debe tanta impaciencia, tenéis sed u os persigue el diablo?

Landström movió la cabeza con una expresión de profundo odio en sus ojos. Sabía muy bien a qué venía eso del diablo, pero no iba a hacer mención alguna; al menos de momento.

—¿Has visto a Tornadillo. Ha pasado por aquí?

—Sí, aquí ha estado, y no hace mucho. Si no me equivoco iba donde Ismael el orfebre; creo que pretendía encargarle una labor. No sé qué me ha dicho de un lingote de estaño —el tabernero se interrumpió un poco y pareció recapacitar mientras se mesaba el mostacho—. ¿Sabrás, capitán, que el Epervier ha tocado puerto y que Ferdinand te espera en la posada de La Patricia?

—Lo sé, perro. Parece ser que no me vais a echar mucho de menos si Ferdinand me coge.

—¡Por Dios y La Virgen, capitán, qué cosas decís! ¿Quién si no vos alegra las noches de Port Royal?

Landström enrojeció de rabia y salió a toda prisa de la taberna sin contestar al orondo tabernero, ni mirar siquiera a los curiosos, que ya atendían a la conversación y parecian sonreír por lo bajo.

Comenzó a avanzar por Thames Street pero se detuvo no habiendo dado más de diez zancadas, pues reparó en que esa calle atestada de gentío le llevaría justo a la posada de La Patricia, en el puerto, donde se encontraba sin duda su acreedor, así que giro hacia Sea Lane para llegar hasta Queen’s Lane y desde allí dirigirse rápidamente hasta la orfebrería de Ismael. Antes de torcer pudo divisar la arboladura alta del navío de Ferdinand de Maupassant, fondeado en el puerto e iluminado por las luces bajas de los tugurios; creyó divisar allí también los faroles que iluminaban el cartel de la posada de La Patricia. Gracioso resulta —pensó—, llamar posada al burdel que regenta esa zorra de Patricia.

Avanzó por otra calle y volvió a hacerlo en High Street para introducirse finalmente en Horne’s Alley. Lejos de los tumultos de gente que se arremolinaban en las cercanías del puerto, aquellos laberintos de piedra y ladrillos aparecían silenciosos como cementerios. Tuvo que detener el paso para evitar chocar de frente con Tornadillo, quien volvía en dirección contraria, ebrio como una cuba. El marinero, con cara de sorpresa echó mano instintivamente al arma que pendía de su fajín, puñal que aún conservaba la firma del famoso Alonso de Sahagún, el Viejo, y de lo cual gustaba jactarse.

—¡Capitán! ¿Queréis matarme de un susto? ¿Por qué corréis de esa manera, os sigue acaso el diablo?
Björn Landström, cabreado por oír dos veces la misma pregunta, en la misma noche, y por la situación en la que se encontraba, propinó un fuerte golpe a su marinero. Apenas tocó el suelo Tornadillo blasfemó en voz alta, y antes de conseguir ponerse de nuevo en pie, su enfurecido capitán le ayudó agarrándole de la pechera con violencia, acercándoselo a la cara.

—¿Dónde está el lingote? Contesta.

—Pero Capitán, ¿qué os sucede, a qué viene esta agitación que os embarga? Björn movió la cabeza con gesto de rabia, abriendo mucho los ojos, tanto que Tornadillo pensó que iba a darle un ataque, para repetir:

—¿Dónde está el lingote? ¡Contesta sucia alimaña o te abro en canal!

—Se lo he vendido al judío. Quería que me hiciera algunas postas pero él se ha negado, necesitaba el estaño para engastar algunas piedras en un collar que le ha encargado el propio gobernador. Me ha dicho que a cambio me perdonaba una vieja deuda.

Björn resopló, gruñendo, y Tornadillo se convenció de que por fín le daría el ataque que él mismo había pronosticado.

—¡Era plata, maldito comedor de excrementos! ¡Plata! —le soltó la pechera, giró sobre sus talones y llevándose las manos a la cabeza volvió a resoplar.

—¿Pla... plata? Pero entonces… la carga del galeón español… todo era...

—¡Sí, batracio! Toda la endemoniada carga del buque era plata. Por lo menos seiscientas mil libras de plata hundidas en alta mar. Y todo porque pensábamos que un buque de la armada española no llevaría tal cantidad de riqueza sin estar protegido por una escuadra. ¡Plata! —repitió con estruendo.

—Y… ¿cómo lo habéis sabido, señor?

—El suizo. Le he llevado los rehenes para que tramitase su rescate y me ha preguntado qué barco era el que abordamos. Le he contestado que el Vizcaya, y me ha dicho que toda su carga se componía de plata y café —Tornadillo recuperó la sobriedad de golpe y pensó que el ataque habría de fulminarle a él si su capitán no le decía inmediatamente que todo era una broma.

Más calmado el capitán continuó.

—Tenías que ver las caras de regocijo de los malditos oficiales españoles. Hopkins ha atravesado a dos de ellos... de no haberlo hecho él lo habría hecho yo mismo. Para colmo la maldita condesa se ha puesto hecha una furia al saber que pretendía pedir rescate por ella y me ha obligado a golpearla, con tal mala fortuna que ha tropezado y ha ido a dar con la cabeza en una esquina de la mesa. Total, que no tenemos plata alguna y que nos hemos quedado con la mitad de rehenes. Además, el suizo... —hizo una pausa para coger aire—, no ha querido adelantarme el dinero del rescate y Maupassant  ha amarrado poco después que nosotros, con lo que me encuentro adeudado y sin dinero, sin esposa y sin amante. Para completar la jugada —comenzó a subir el tono mientras se acercaba amenazante a su hombre—, vas tú y le das el único lingote que se había salvado a ese semita avaricioso.

Tornadillo se había echado hacia atrás para evitar la furia de su capitán, pero no lo suficiente como para evitar el segundo guantazo que le propinó Landström.

Se quedó en el suelo para evitar que Björn volviese a descargar su furia en él. Ambos se quedaron mudos. [...]


De Arenas del Infierno, Joseba Calle

La pescadilla se muerde la cola

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miércoles, 21 de diciembre de 2011

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Oscuridad, océano de luz, de hielo. De fuego. 1992, suenan los primeros tambores de guerra en el interior de las zonas desocupadas de los suburbanos. Dee Newit (seudónimo con que firma sus artículos un joven corresponsal del Washington Post en Los Ángeles) cubre las revueltas raciales acaecidas tras la sentencia que exculpa a los agentes de policía que propinaron una brutal paliza a Rodney King —la detención, ocurrida el año anterior, había sido grabada por un videoaficionado pero no fue capaz de ablandar el duro corazón blanco de la justicia americana—. Las calles angelinas se han convertido en un abierto campo de batalla donde se enfrenta blancos, negros e hispanos en una envolvente de violencia que parece no tener fin. Herido fortuitamente por una bala en un hombro, el joven corresponsal se recupera en una habitación de la tercera planta del Northridge Hospital cuando decide estirar las piernas. El paseo —sin duda también su instinto periodístico—, le lleva hasta la zona de urgencias donde pretende localizar a quien quiera aportar algún dato interesante sobre lo que está sucediendo afuera. Mientras lo encuentra, permanece sumergido en el caudal anónimo que anega los pasillos sin reparar en un hombre de mediana edad, afroamericano, de elevada estatura y aspecto sucio, que avanza en su dirección y que a punto está de llevarlo por delante de no evitarlo una fuerza invisible que suspende a Newit en el aire y lo deposita mansamente a los pies de la pared.

Si en un primer momento el suceso parece no tener importancia (la medicación y su precario estado físico han podido provocar la alteración sensorial que ha experimentado), al día siguiente cobra un valor imprevisto cuando lee la escueta noticia donde se relata que el individuo en cuestión había sido localizado cadáver a primeras horas del día anterior en uno de los ramales más antiguos del metro. Más tarde, previo traslado provisional al Northridge, al menos doce personas testimoniarán haberlo visto abandonar por su propio pie la institución.

Newit fue uno de los testigos que no llegaron a hablar, pero el hecho vivido se convertiría en la pieza central de un extenso trabajo en el que invertiría tres años durante los cuales deambuló de una punta a otra de los EE.UU. investigando los fenómenos paranormales que surgen de los nichos sociales más degradados, y las ramificaciones civiles y gubernamentales que se interaccionan con ellos... hasta que le sobrevino la muerte en un accidente de tráfico en 1996.

Lástima que Dee Newit sea un producto de ficción, una simple pantalla de humo montada con bastante inteligencia aprovechando la veracidad del suceso (aparece reflejado de forma novelada en «The Wonder», con cuyo texto inicial abríamos este libro, y se muestra como ejemplo en algunos tomos de medicina). El seudónimo fue utilizado por un grupo de activistas que fue desarticulado por el FBI en 1997, y que durante los cinco años anteriores había denunciado la vigencia del programa MKUltra (CIA) a través de la denominada «Sección 916». Sobre la importancia de su labor baste decir que numerosos extractos de la inexistente obra «916 Confidential» —incluso capítulos enteros— circularon y se hicieron habituales en la literatura marginal, llegando a formar parte de la bibliografía documental aportada por la norteamericana M. Tsemenis, en su trabajo crítico, o el británico B. Murdock (conocido por su libro «Been afraid of truth», 1993, y sus investigaciones sobre la desaparición del agente William Buckley).

De Quidam

Dee Newit

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martes, 20 de diciembre de 2011

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El abuelo de Marcial Cerrojo era un mercader de paños judío que se convirtió a la verdadera religión hacia el final de sus días, acaso previendo lo que pocos años más tarde habría de suceder. Su hijo, de buen nombre Juan, abrió una venta en Toledo, en la Puerta de Bisagra, casó con una labradora cristiana vieja pero de pocas rentas y aún menos luces, natural de Yepes, llamada Aldonza Paniagua, con la esperanza de limpiar su sangre y dedicóse el resto de sus días a beberse su negocio, sentado a la puerta de la venta, mientras Aldonza criaba hijos y trajinaba, pero como es bendición de espíritus pobres el regocijarse en sus trabajos, ella nunca se quejó ni imaginó que otra cosa pudiera ser de su vida.

Juan Cerrojo y Aldonza hubieron tres retoños, de nombres Marcos, Marcial y Cristina, y Marcial fue el que desde pequeño más disgustos trajo a sus padres. Mientras sus hermanos se conformaban con ayudar en la cocina y amontonar los palos que les daba su padre, Marcial recorría al mando de su pequeña tropa de arrapiezos las callejas de Toledo, tirando piedras a los judíos y jugando a ser soldados en la guerra de Granada, que comenzara algún tiempo antes. No tenía ni trece años Marcial cuando un alguacil lo condujo a la venta de su padre con una grave acusación: el niño había aventado de la boca de otro rapaz de su misma edad algunos dientes porque éste lo acusara de converso y judío. Ocurría que el agraviado era paje del conde de La Serena y que pronto recibirían los alguaciles órdenes de apresar al malhechor. “Deshazte, Juan, del mozo mientras puedas” le aconsejó a Juan Cerrojo el alguacil (tan converso como él, por cierto). Dicho y hecho, Juan Cerrojo no se demoró más que el tiempo de partirle una vara de avellano de un dedo de gruesa en la espalda a Marcial (“por faltar a la verdad, pues cierto es que somos conversos y cristianos nuevos y no he de tolerar falsos ni embusteros bajo mi techo”) y después le dio una hogaza dura (con no poco desaire de los perros de la venta) y una libra de queso duro, y lo puso en el camino. Añadió su madre al condumio una libra más de tocino “por lo que pudiera pasar, hijo mío, y comedlo cuando os crucéis con alguien… que os vean comerlo”.

Hízose soldado (que es oficio cabal para hombres como Marcial Cerrojo, que no poseía ningún otro) en la coronelía que levantó el Arzobispo de Toledo, como tambor, y fue a Granada a la guerra y acabóla en edad de dieciséis años con grado de cabo, tras haber acuchillado a tantos enemigos de Su Majestad que hubo Pedro Botero de mandar alguno de vuelta al cielo, por no poder acoger a todos los que el soldado Cerrojo le mandaba. Embarcó con rumbo a Tenerife en la mesnada de Fernández de Lugo y luego sirvió como escopetero en la tropa del cardenal Cisneros que combatió en tierras de Berbería, pero de nuevo una pendencia, en la que sacó un ojo de una estocada a un capitán por asunto de mujeres de rumbo, si tales son, como dicen, las sotas de la baraja, dio con él buscando acogimiento ajeno. Y no en sagrado, precisamente.

Corría el año de 1509 y hallóse en Sanlúcar de Barrameda, alojado en casa de unas damas, que, de tan apartadas del mundo y cercanas del cielo, eran frecuentemente visitadas por los píos varones que deseaban no dar a conocer las frecuentes limosnas que allí dejaban. Que tu mano diestra no sepa lo que hace tu mano siniestra, dice el Santo Evangelio y quien dice la mano, a fortiori, dice el resto del cuerpo. Se enteró allí Marcial, de que una nao zarpaba para Indias en pocas semanas. Platicó con un escribano de la Casa de Contratación de Sevilla para que le permitiera embarcar y negóse éste en principio. Las artes de persuasión de las damas que cuidaban de Marcial y alguna visita a horas poco cristianas al escribano (y a su santa esposa) acabaron convenciéndolo (una de cal y otra de arena) de que el soldado era más útil a al Rey en La Española que en Castilla, y hacia allá marchó el cabo Cerrojo con intención de trabajarse un nombre limpio, ya que los que usaba en España habían quedado bastante sucios de tanto usarlos.

Tras nueve semanas de navegación, mitad asomando el rostro por la borda (como suele suceder en gente poco experta en la mar) mitad asomando el culo (el agua se corrompió pronto), Marcial Cerrojo puso sus pies en la arena de Santo Domingo. Después, terció su capa, ajustó su estoque y, a grandes trancos, se acercó a la taberna más cercana (y oscura) que desde la playa viese, con la firme y determinada intención de comenzar una nueva vida en aquellas tierras.

De Tierrafirme, Abelardo Martínez

De cómo Marcial Cerrojo pasó a Indias

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lunes, 5 de diciembre de 2011

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